lunes, 31 de enero de 2011

Caminos que se tuercen


Es así de sencillo: O crees en el destino (todo está endiabladamente premeditado), o en la casualidad (cada suceso es consecuencia de otro previo que lo desencadenó), pero no en ambos al mismo tiempo. Es una mafia: Decides con cuál te enrolas, porque a partir de ahí, se abrirá un sendero que deberás seguir a pie. Es complicado, lo sé, porque los dos nos ofrecen estilos de vida muy distintos: Uno nos permite vivir un poco más relajados, en una, digamos, espera pacífica y resignada. El otro implica un esfuerzo todavía mayor, en donde el espíritu no siempre sale muy bien librado, cuando uno intenta hacerse paso por sí mismo. Me explicaré:

Imaginemos una escena un poco loca como esta: Uno se encuentra parado sobre la carretera, en medio de la nada. Parece ser una tarde tranquila. De pronto, un coche sale de entre una oscura cortina de polvo y se dirige hacia nosotros, a ciento ochenta por hora. El sentido común nos indica que debemos hacernos a un lado para no salir lastimados. El problema es que ya tenemos un antecedente de lo que ocurrirá en los próximos minutos, una especie de déja vù: Si permanecemos ahí, el coche nos arrollará, resultaremos severamente lesionados, casi al borde de la muerte; iremos a un hospital, sanaremos después de algunos meses de difíciles terapias, nos reincorporaremos a nuestra vida cotidiana paulatinamente y el trauma nos acompañará quizá por varias décadas. ¿Pero por qué diablos tomamos la decisión de quedarnos ahí si conocíamos las funestas consecuencias de tal hecho? ¿Acaso nos acababan de operar del cerebro o qué? Pues no. Lo hicimos porque sentimos que así debía ser. Algo o alguien nos lo reveló; o al menos así lo percibimos en el fondo de nosotros, pues una voz circuló por nuestro torrente sanguíneo y nos lo comunicó quién sabe cómo, con un lenguaje que no nos interesa explicar. Lo que pasa es que, lo supimos siempre, había una razón para ello, para que eso ocurriera así: Una verdad más grande que nosotros y que nos atraviesa, nos trasciende: Con el trascurrir del tiempo lo comprenderemos luminosamente. Como podemos ver, esto resulta un poco incómodo. Nos entra la duda. ¿No estaremos engañándonos a nosotros mismos? ¿No estaremos delante de una quimera bellamente autoimpuesta? Para percibir estas cosas se necesita de un sexto o séptimo sentido (aún por descubrirse científicamente), o la combinación potenciada de los cinco que ya poseemos… Sepa la bola, el chiste es que no lo dedujo directamente nuestra inteligencia, fue algo más. La pregunta entonces es: ¿Qué hacemos cuando el destino viene hacia nosotros a ciento ochenta por hora?

¿Existe una sabiduría profunda detrás de cada suceso, que no alcanzamos a comprender en una primera instancia? ¿Debemos creer que, si tomáramos un evento de nuestra vida (por muy simple que parezca), como si fuera una cebolla, y empezáramos a desgajarla capa por capa, nos encontraremos con un núcleo brillante que nos dará esperanza, una verdad que definitivamente nos dará felicidad al final del trayecto?

No solemos ser pacientes. Queremos resultados inmediatos, tangibles; empaquetados, si es posible. No estamos acostumbrados a esperar. Y además, ¿por qué habríamos de hacerlo si se corre un gran riesgo? ¿Cómo saber si nos espera algo mejor? ¿Quién nos lo garantiza? ¿Qué secretario de gobernación puede darnos fe de la legalidad de las cosas? ¿Existe realmente el destino?

Si le pasa algo a un ser querido; si perdemos el trabajo; si no encontramos el amor, o nos aferramos a una persona porque pensamos que nuestro destino está a su lado, porque es el amor de nuestra vida, ¿debemos resistir con estoicismo?

Lo decía en un principio, es muy sencillo. Hay dos caminos: La vida es un entramado complejo, sutil, en donde lo que le ocurre a uno de sus hilos, afecta al telar completo. O, hagas lo que hagas, no te molestes, ya hay un plan único para ti, previamente diseñado, que deberás descubrir mientras vivas; un camino que deberás aceptar con humildad porque es una misión sublime que va más allá, incluso, de tu sola vida en turno.

¿Cuál realidad te pertenece? Elige y corre el riesgo.
Cuando lleguemos al final del túnel, veremos quién tenía la razón.