viernes, 9 de abril de 2010

Los milagros


Uno los espera todo el tiempo. Uno cree merecerlos, por el simple hecho de existir. Pensamos que somos únicos, especiales, y siempre estamos a la expectativa, pensando con convicción de que Dios o la Vida o los extraterrestres nos los deben conceder porque sí, porque somos buenísima onda con el prójimo; hasta hacemos alguna buena obra de vez en cuando, para que el milagro llegue con mayor justificación, y hasta le damos, en la primera oportunidad, seis, siete pesos al niño que se acerca con carita triste, pidiendo una ayuda porque no ha comido en todo el día.

Pero los verdaderos milagros van más allá de nuestros mezquinos deseos terrenales.
No se trata de hacer una buena obra para recibir un premio. La cosa no es ir de rodillas a la Basílica, mientras dos pobres vatos van poniendo cobijas delante nuestro, de manera alternada mientras vamos avanzando, para que la manda sea menos dolorosa; porque tampoco se trata de rasparnos las rodillas hasta que se descarapelen, hay que ser astutos para pensar que diosito no quiere eso. Los milagros existen pero no son de esta naturaleza. Muchas veces aparecen y ni nos damos cuenta.

He presenciado en Plateros, Zacatecas, en la iglesia que aloja al Santo Niño de Atocha, miles y miles de testimonios que aseguran haber sido tocados por la mano de esta figurilla de porcelana; y lo constan fotografías, recetas médicas, cartas, postales y placas que la gente deposita a manera de agradecimiento. Todas las pruebas están ahí al descubierto, para que otros tantos creyentes también lo atestigüen: Es el paredón de los milagros, se podría decir. Yo quedé asombrado, por supuesto. Cómo no creerles. A menos de que todo sea una especie de histeria colectiva, o una suerte de casualidad común. O sólo la necesidad de creer. O quizá puede ser parte de un fenómeno social, el hecho de atribuirle sucesos increíbles al símbolo más cercano a ellos, el más a la mano, porque todos los demás también lo hacen. ¿Pero realmente lo es?

Los milagros están en contra de la física. Más bien la física está en contra de ellos. Son el fastidio de científicos y eruditos, ateos y nihilistas. Pero ahí están. El verdadero milagro ocurre cuando la inteligencia no puede encontrar una respuesta concreta e irrebatible ha algo que ha sucedido delante de nuestros ojos: El milagro es la poesía materializada. Es la revelación de lo sobrenatural. Sólo se le contempla o se le siente, pero no se le puede explicar, no con palabras. Pero sería bueno conceptualizarlo, porque podríamos extenderlo de manera romántica. Porque podríamos decir, el nacimiento de un ser humano es un milagro. O la sutil maquinaria que se desarrolla en el perfecto equilibrio entre ecosistemas (cuando una rana se traga una mosca, y esta a su vez es devorada por una serpiente, al tiempo en que ésta última se la come un tecolote), eso es un milagro. Pero no. Yo de lo que hablo es de cuando a un señor que ha permanecido en coma durante veinte años, un buen día despierta y nos cuenta una historia increíble. O cuando sucede un choque de trenes, en donde mueren doscientas veinte personas y sólo sobrevive una pequeña de tres años, perfectamente ilesa. O cuando ocurre un terremoto de nueve grados en la escala de Richter y a los sesenta días rescatan a un pobre moribundo debajo de diez toneladas de escombros. Ese tipo de milagros digo yo, aquellos en los que dices, no mames, esto no puede ser…

A aquellos pocos que les ha tocado presenciar alguno, lo entenderán. A los que no, cuando ocurra uno, no hay que hacerse los soberbios o los arrogantes. No hay que tratar de buscar a Einstein para que nos explique con fórmulas matemáticas lo que en verdad sucedió. Hay que recibirlos de manera humilde. ¿Que de dónde y de quién provienen? ¡Rayos! ¡Qué sé yo, hombre! Sólo hay que dar las gracias y sonreír. Nada más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No hay grados de dificultad en los milagros.
No hay ninguno que sea más "difícil" o más "grande" que otro. Todos son iguales.
Todas las expresiones de amor son máximas.
Los milagros -de por sí- no importan.
Lo único que importa es su Origen, El Cual está más allá de toda posible evaluación.
Los milagros ocurren naturalmente como expresiones de amor.
El verdadero milagro es el amor que los inspira.
En este sentido todo lo que procede del amor es un milagro.
Todos los milagros significan vida, y Dios es el Dador de la vida.
Su Voz te guiará muy concretamente.
Se te dirá todo lo que necesites saber.
Los milagros son hábitos, y deben ser involuntarios.
No deben controlarse conscientemente. Los milagros seleccionados conscientemente pueden proceder de un falso asesoramiento.
Los milagros son naturales. Cuando no ocurren, es que algo anda mal.
Todo el mundo tiene derecho a los milagros, pero antes es necesario una purificación.
Los milagros curan porque suplen una falta; los obran aquellos que temporalmente tienen más para aquellos que temporalmente tienen menos.
Los milagros son una especie de intercambio. Como toda expresión de amor, que en el auténtico sentido de la palabra es siempre milagrosa, dicho intercambio invierte las leyes físicas. Brindan más amor tanto al que da como al que recibe.
Cuando se obran milagros con vistas a hacer de ellos un espectáculo para atraer creyentes, es que no se ha comprendido su propósito.
La oración es el vehículo de los milagros. Es el medio de comunicación entre lo creado y el Creador.