domingo, 28 de febrero de 2010

El matrimonio: lanzarse o darle la vuelta


Qué tema tan espinoso. Lo mejor sería no molestarme en dar una opinión personal. Todo lo que sepa a moral, religión, filosofía, resultará controversial por donde se le quiera ver. Nadie tendrá una verdad absoluta. Pero en fin, ya me atreví. Ahora a terminar lo que empecé. Hace algunos años, cuando aún vivía en mi Comarca Lagunera, lancé inocentemente una hipótesis pesimista, acerca de los matrimonios del comienzo del siglo XXI: auguraba que los casamientos realizados después del año 2000 estaban condenados a no durar más de diez años, por el ritmo de vida que se había instalado con la modernidad, por la falta de compromiso a la que nos estábamos habituando y por las corrientes occidentales de lo efímero que se habían instalado ya en nuestros estilos de vida, así, tipo gabacho. Obviamente no era yo en aquel entonces (ni en este, ni nunca lo seré), una autoridad en el tema para establecer juicios sobre las relaciones interpersonales. Pero tristemente me he dado cuenta que la realidad actual coincidió graciosamente con aquel veredicto vacío, falto de argumentos sólidos.

Lamentablemente así ha ocurrido. La mayoría de los amigos o conocidos que se casaron (digo amigos y conocidos porque es lo que está más cercano a mí, no puedo hablar de la sociedad en general sino lo que sé de primera mano), se les acabó el amor inexplicablemente. Por favor, nadie se sienta aludido. Por diversas razones se separaron; a saber: infidelidades, fricciones constantes, un vacío en la relación, falta de apetito sexual, diferencias irreconciliables. Y la lista se extiende. Resulta extraño comprender qué provoca que de un día para otro esa magia que en un principio surgió cuando la pareja se conoció, se enamoró, de pronto se revierta para dar paso a una apatía absoluta a la hora de llevar el transcurso de la vida cotidiana, en ese continuo descubrirse en los momentos reales de nuestro día a día.

Supongo que hoy en día, los que lo hacen, tienen en mente que si se atreven a unir sus vidas con la otra persona lo hacen convencidos de que será “para toda la eternidad”. No creo que lo hagan pensando, “bueno sí, me caso, ¡joder!, y lo hago porque la amo o lo amo, y quiero pasar un lapso de tiempo agradable a su lado; tendremos quizá nuestros hijos, y si un día me aburro, pues nos separamos y que cada quien jale para su rumbo.” No creo que se tomen la molestia de armar todo un relajo, con boda en Iglesia y todo el rollo, hasta con fotos en el periódico, con la estúpida idea en la cabeza de divorciarse a los cinco años. Pienso que aún lo hacen con la idea romántica de que será “hasta que la muerte los separe”. Y si es así, ¿entonces por qué no luchar hasta el final?

Pues bien. Ya voy para los treinta, y aún no he dado el siguiente paso, aquel que estoy obligado a dar como lo dictan las buenas costumbres de la sociedad en la que vivo. Cuántas veces amigas y amigos me han criticado que no lo haya hecho hasta ahora. Pues a todos aquellos curiosos que se han hecho esa pregunta, aquí tienen su respuesta: No he encontrado a la buena. Y como no la he hallado, no me casaré con la primera que encuentre para darle gusto a los inquietos, para tener contentas a las gentes, para luego divorciarme a los dos o tres años, desilusionado porque resultó que siempre no era la persona con la que quería estar. Tengo la buena fortuna de contar con unos padres comprensibles y nunca he sentido presión alguna por parte de ellos. Así que no hay motivo para acelerarse, hombre. No le hagan como el borras. No se dejen vencer por la calentura.
Aún y con todo, no pierdo la ilusión de algún día verme al lado de esa mujer ideal, aquella con la cual me vea criando hijos, educándolos, haciéndonos viejitos juntos, apoyándonos en todo momento y fortaleciendo nuestro cariño con detalles constantes… ¡Ah, el amor!

Ya llegará.

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