viernes, 29 de enero de 2010

Niño perdido


Hace unos días, mientras desempolvaba unos papeles que estaban guardados en una caja, me encontré con un pequeño tesoro: mi primer cuento. Un manuscrito con los primeros párrafos que salían de mi lápiz tembloroso. Me acuerdo que en aquel entonces, cuando lo escribí, tuve las mismas sensaciones que hoy en día todavía me sacuden: una sensación de hipnosis, de estremecimiento, un estado de trance que ocurre cuando uno echa a volar la imaginación. Este cuento salió de un sueño. Y cuando lo vi publicado en la revista Acequias, de la Ibero Laguna, hace quince años (¡no mames!) me morí de la emoción: fui y se lo presumí a mis padres, naturalmente. Estaba muy orgulloso de mi hazaña. Hoy lo presento con la misma emoción de entonces, porque ese primer cuento me hizo darme cuenta que me gustaba contar historias: Me adentró a ese fascinante mundo al que llamamos literatura. Que ustedes lo disfruten:

Niño perdido.

Me encuentro sentado, en el barrio sin gente, a la orilla de una banqueta; sólo la luz de un farol alcanza a alumbrar un poco esta noche profunda. Me observo detenidamente a mí mismo y descubro, perplejo, que mi cuerpo tiene el aspecto del de un niño pequeño de 6 años, cuando apenas una semana antes he cumplido los 23... ¿Qué pasa?

Me levanto tranquilamente de ese lugar, movido por la curiosidad de jugar con unos carritos de madera que están tirados en la acera de enfrente, y me emociona la posibilidad de hacerlos míos. Cruzo la calle sonriendo, con la esperanza de que esos juguetes no tengan dueño; pero el camino parece alargarse delante de mí: ¡voy a los juguetes que me darán felicidad! Pero de repente, un hombre de aspecto rudo sale de entre las sombras y me sujeta del brazo (yo no me asusto, me es familiar su rostro), me jala a la fuerza alejándome de los objetos de mi ilusión hasta desaparecer... Entonces, la luz del poste crece hasta convertirse en un sol gigante que ciega mis ojos, y comienzo a despertar lentamente, como a través de un túnel regresivo hasta llegar a la realidad. Ha sido una pesadilla.

Me incorporo de la cama confundido y en mi pensamiento van apareciendo de súbito recuerdos de dolor antes sumergidos en el olvido, imágenes de una figura opresiva... Camino a la ventana para no pensar más y veo que la noche permanece quieta. Para tranquilizarme un poco, froto mi rostro con las manos, y, al abrir el cristal ¡veo claramente que el pequeño está allá afuera, sentado en la banqueta! Como inevitable premonición, atado como todos al destino, el jovencito camina hacia los juguetes, se repiten los hechos, el hombre despiadado se acerca a él y miro su rostro: ¡sé quién es! Con gritos desesperados llamo desde la ventana para advertir al niño; pero él no me escucha, el hombre lo sujeta con fuerza y se lo lleva para perderse en la absoluta oscuridad.

Y ahí, quedándome mudo de la impresión, caí sobre mis rodillas en un desprendimiento de los sentidos, aceptando con tristeza que mis labios nunca más volverían a sonreír... Aquel hombre me había robado mi infancia.

Matamoros, Coahuila 1995.


martes, 19 de enero de 2010

Voces, almas y bicicletas sin fronteras



“¡Ay, reata, no te revientes que es el último jalón!”, dice Chavela Vargas en una canción de Joaquín Sabina, y se me viene a la mente esta frase contundente porque tan sólo imaginar que alguien se atreva a pedalear una bicicleta a lo largo de 540 kilómetros, que es la distancia aproximada de Austin, Texas, a Monterrey, definitivamente es una hazaña que te provoca asombro. ¿Y todo con qué propósito? Con uno que realmente tiene sentido: dar un mensaje de aliento, una voz esperanzadora a nosotros los extranjeros de nuestra propia tierra. Bikes Across Borders (Bicicletas Sin Fronteras) han llegado a nuestra caótica urbe para promover algunas actividades renovadoras que cada vez se van haciendo más fastidiosas para algunos huevones, que lo único que piensan es en la comodidad y la confortable pereza de no hacer nada. Estos fantásticos ciclistas, no importándoles las inclemencias del tiempo, frío, lluvia, hambre, y demasiados peligros a los cuales se enfrentaron en la carretera, han hecho una travesía maravillosa para encontrarse con otro grupo igual de entusiasta, el Pueblo Bicicletero de Monterrey. Y cómo no recibirlos con gusto, si han venido desde tan lejos para dejarnos un gran mensaje.

En la Plaza de la Luz, este domingo 17 de enero de 2010, por ahí de las 4 p.m., comenzó el Primer Festival Bicicletero de Monterrey. Más de 80 ciclistas dieron un rondín por las calles del centro para desembocar en dicha placita, donde un grupo de alegres asistentes ya los esperaba: Hubo fiesta, hubo baile, canto campirano y un momento para dialogar. “El uso de la bicicleta nos trae múltiples beneficios, prácticos y espirituales”, nos dice uno sus integrantes. “Sentir el aire a través de tu rostro mientras vas rodando, no tiene comparación. Renuevas tus sentidos, te sientes parte del ambiente, lo vas contemplando y lo haces parte de ti mientras andas”, es lo que nos han dicho nuestros amigos gringos. Pero no sólo eso, también ayudas a reducir la contaminación, le haces menos daño a nuestra madre tierra, de la cual todos provenimos. Y para hacerlo, para poder vivir esta experiencia mágica, es necesario que empecemos a cambiar algunos malos hábitos. Principalmente, hay que ser corteses con los ciclistas. Y es que, la verdad los tratamos de la chingada. De por sí, entre automovilistas, los regios son muy mal portados, manejando de manera irresponsable, muchas veces imprudentemente, ahora imaginemos a los pobres bicicleteros que no tienen ninguna protección ante un posible encuentro con un coche valedor. Si a esto le sumamos que no hay una infraestructura carretera que le permita al viajero en bici andar en un carril propio para su tránsito, de plano los tenemos amolados.

Estos vatos nos han dejado algo muy chido; son positivos, traen un karma bien alivianado y de inmediato te contagias por su entusiasmo: además son músicos. A través de sus instrumentos, las percusiones, banjos, flautas, muy al estilo campirano, te hacen bailar, cantar, disfrutar de la vida, hombre, sin pena. También son ingeniosos. Con una pequeña dinámica de títeres, te muestran de manera simple lo que le hemos hecho a la tierra: ríos contaminados, tala irracional de los bosques, contaminación absurda del medio que respiramos a través de la incontrolable instalación de fábricas: Todo eso que ahora nos vale madre ellos nos lo recuerdan de manera oportuna, sin apatía, sin regaños, siempre con la intensión honesta de abrirnos los ojos.

Ellos son los Bikes Across Borders, ciudadanos del mundo. Personajes imprescindibles en nuestro retorcido camino. Gracias por venir hasta aquí, chavos. Gracias por recordarnos que le debemos respeto, cuidado y amor a esta madre que nos ha cuidado durante millones de años: la Madre Tierra.

viernes, 15 de enero de 2010

El retorno de Lucifer




Dos años sin él. Pero ha vuelto. Lo resucitaron de entre un montón de cenizas. Es él. Cuánto lo extrañaba. Hoy está conmigo nuevamente. Soy muy feliz. Pero hace dos años, cuando ocurrió la desgracia, en medio de la confusión escribí esto:

Tengo que hablarte porque el espíritu me lo exige, aunque parezca una locura. Esta noche me ha entrado un sentimiento pesado, sobrecogedor, y se me han venido los recuerdos como una inmensa cascada de plomo que me aprisionan el pecho. Esta noche, en que ya la tormenta ha pasado y el ánimo empieza a recobrar fuerzas, empiezan a surgir de nueva cuenta los grandes momentos que pasé con tu ayuda, Lucifer. ¿Cuántos instantes pasamos juntos en cuatro años? ¿Cuántos viajes hicimos? ¿Cuántos lugares nuevos descubrimos? ¿Cuántas carreteras norteñas transitamos? Muchas. Incontables. Voy a trasladarme por unos segundos al terreno de la ficción. A un mundo donde los coches sí tienen alma y son amigos de las personas. Y en ese escenario fantástico, Lucifer, donde sí puedes escucharme, tengo muchas cosas que quisiera decirte.

Recuerdo nuestro primer encuentro, en la agencia de coches, cuando yo veía ilusionado en los aparadores, esos autos del año: algunos modestos, austeros; otros imponentes, modernos, costosos; y digo ilusionado porque iba a comprar mi primer carro y debía elegirlo a mi gusto: aquél que representara, me decía, el espíritu aventurero que llevo dentro y que no puedo reprimir; aquél que me acompañará en las travesías y haga de un día normal una gran aventura. Y te vi a ti, amigo, y desde el primer momento me caíste bien. Me agradó tu presencia y no dudé en llevarte conmigo a casa. Hasta te puse un nombre loco: Lucifer. "No seas burro, Negro, estás invocando al diablo", me decían mis amigos, pero tú y yo sabíamos que no eran así de diabólicas las cosas; para nada. "Aliviánate, mi buen", les decía. "Es un nombre nada más, no te apasiones; además, Lucifer quiere decir estrella de la mañana", y por más explicaciones que daba, todos se encogían de hombros al no aceptar como normales mis ilustraciones semánticas sobre el origen de tu apodo. En cambio tú, Lucifer, fue tal tu aceptación que corrías como verdadero demonio en busca de nuevos horizontes. Y cómo no, pues me llevaste por toda La Laguna, mi tierra querida, y más allá de nuestras fronteras estatales.

Para empezar, recorrimos mi pueblo amado: Matamoros Ranch. Sus veredas sin pavimentar, sus calles largas, llenas de baches y sin señalamientos. Conocimos de rincón a rincón esa aterrada ciudad hermosa que me vio crecer: Los niños jugando en los barrios del Chalet, con sus pies descalzos en la tierra caliente; los chicos debatiéndose en un partido de fútbol, en las 'picas' que armaban en la colonia; los papalotes que se volaban en los terrenos baldíos; las ladrilleras, esas construcciones rudimentarias que aún existen y que le dan representatividad a nuestro pueblo y que hoy, lamentablemente, contaminan el cielo; la Pompa, allá por el sur, aquel gran contenedor de agua que dotaba de vital líquido a los ciudadanos y que hoy es sólo un monumento más; la Cueva del Tabaco, aquel agujero en un cerrito, rumbo a la carretera estatal, donde nuestro lejano héroe de la Patria, Benito Juárez, vino a ocultar los Archivos de la Nación; el Cerro de la Antena, ese lugar solitario donde yo acostumbraba escalar los domingos por la madrugada, para, según yo, purificar mi espíritu y recargarme de energías positivas.

Me llevaste por todo Torreón, mi segunda casa y sustento de toda La Laguna: Ciudad que ha crecido enormemente y estará a la par, muy pronto, de las grandes urbes de México. ¿Cuántas veces hemos subido al Cristo de las Noas, el lugar turístico más importante de la Comarca Lagunera? ¿Cuántas veces me has llevado por las noches a bailar a algún antro, los fines de semana, ó, en un día tranquilo, a visitar a los amigos? ¿Cuántas veces me llevaste a los bares y cafés para que yo pudiera cantar, como trovador que era, con la compañía de la nena, mi guitarra? Muchas. Incontables.

Hemos ido a pasar un rato agradable a Viesca y sus Dunas de Bilbao, esa parte desértica y arenosa que nos recuerda al Sahara, en el norte de África. Hemos visitado ya dos años el Festival de las Artes, en Lerdo; incalculables ocasiones hemos ido a su Parque Victoria, donde sirven la nieve chepo, tan exquisita. Y qué decir de Gómez Palacio, esa ciudad hermana de Torreón. Allá están también mis grandes amigos. Me permitiste convivir con todos ellos y llegar a tiempo a nuestras reuniones, para pasar inolvidables tardes de juego y cotorreo.

Recuerdo cuando fuimos a Parras de la Fuente. Qué lugar tan bonito, tan colonial, sus calles empedradas evocan un cuadro antiguo, un sitio mágico: su Santo Madero, a la salida del pueblo; su Casa Madero, donde fabrican los mejores vinos y le dio identidad por muchos años a nuestro entorno; la Hacienda del Perote y su cueva donde puntualmente, a las 7 de la noche, los murciélagos salen a encontrarse con las sombras. A pocos kilómetros está Saltillo, la capital del estado, y también la hemos visitado en varias oportunidades. Y mucho más allá se encuentra Sabinas: ese pueblo que estuvo en boga hace poco por la lamentable tragedia de los mineros. Ahí también nos dimos cuenta de que hay lugares bellos como la presa con sus muchos caudales y arroyos. Luego zarpamos a la región de Cuatrociénegas, donde se han encontrado especies acuáticas no halladas en ningún lugar del mundo; y después a Jiménez, con su cueva-jacuzzi, tan apropiada para el romance.

Un buen día salimos del estado y llegamos hasta Monterrey, la gran zona metropolitana del norte de México; su Paseo Santa Lucía; el Parque Fundidora; la Macroplaza; el Cerro de la Silla. ¿Cuántas veces nos perdimos por sus calles intrincadas, veloces? Su feroz periférico, por el cual nos enredamos como en un laberinto sin salida, nos dio varios sustos... como aquél susto tremendo que nos dimos cuando nos embistió un autobús de pasajeros, pero por una maniobra oportuna, alcanzamos a sacarnos y sólo nos dio un raspón en uno de tus faros.

Cuántos acontecimientos vividos.

Gracias por todo, vato. Me hiciste pasar momentos chidos, los cuales no olvidaré tan fácilmente. Fuiste más que un coche: fuiste mi confidente, mi compadre, mi amigo. Te debo muchas cosas y sobretodo, el haber cuidado a mi hermano, en esta tragedia que acaba de ocurrir hoy por la tarde. En este accidente aparatoso, donde José Ángel salió volando por sobre un puente y dio dos volteretas. Fue un milagro. Fue obra de Dios, por supuesto, el que mi brother saliera ileso; pero estoy seguro, cabrón, que tú le echaste una manita: te sacrificaste para que mi carnal saliera vivito y coleando, salvo algunos raspones y un chipote chillón en el rostro. En cambio tú, amigo, mírate: quedaste bien madreado. Pobrecito. Pero sé que detrás de este trascendental suceso, hubo una voluntad divina para que no ocurriera lo peor y tú fuiste un instrumento de su mano para que se cumpliera tal y como estaba escrito...

Por eso y mucho más, gracias. Ya no estarás conmigo -quizá- para presenciar otras ciudades, en otros viajes. Pero, no me cabe duda, me acompañarás... Pinche Lucifer: tenías planeado, de una forma u otra, que yo la pasara conmadres, en esta rara, retorcida y sorpresiva carretera que llamamos vida.

lunes, 11 de enero de 2010

¿Extraterrestres construyeron la pirámide de Chichén Itzá?



Tuve un sueño. De esos que uno tiene cuando recién acabas de ingerir drogas o cuando los tacos que te has comido el día anterior te han hecho daño y sufres terribles alucinaciones por la mañana.

Fue así:

"Me veo sentado, al pie de una pirámide enorme, mientras una lluvia ligera, cristalina, aplaca un poco el calor lacerante. De pronto, un indio aparece con un bastón largo: parece ser un sacerdote o una especie de chamán antiguo. Se acerca a mí y yo me levanto. Me dice algo en un dialecto que yo no entiendo. Se va. Me quedo ahí sin entender qué es lo que pasa, tratando de adivinar, por las puras señas que me hizo, el mensaje que aquel hombre extraño quiso transmitirme, pero no logro descifrarlo de momento. Al poco tiempo se abren los cielos, aparece una nave extraterrestre y se posa en la cima de la pirámide. Se desliza la portezuela izquierda del artefacto y desciende un ser horripilante. Me ve, me paraliza con su rayo láser y ahí termina el sueño."


Sí, esta alucinación parece película hollywoodense, totalmente trillada y vulgar. Sé que asumí en el sueño, como la mayoría de las personas, que una civilización de otros mundos vino a ayudar a los pobres mayas (que dizque no sabían un pepino sobre ingeniería avanzada de construcción), a alzar esos colosales templos arquitectónicos. Pero no se vayan con la finta. Dentro de mí empezó a fraguarse un verdadero y legítimo sentimiento de querer saber (de una vez y al chilaquil) qué había detrás de ese misterio. Creo que como a todos, en algún momento de nuestras efímeras vidas, me empezó a seducir un cosquilleante y molesto deseo de querer saber de qué herramientas se valieron los antiguos mayas para construir tan bestiales monumentos. Como ya podrán anticipar, no me pude hacer pendejo ante tal llamado de proporciones épicas. Así que arreglé los asuntos del vuelo, tomé del cochinito una lana que tenía destinado para otra cosa más mundana, y me lancé a aquella apartada región del sureste mexicano para tratar de descubrir, en la medida de mis posibilidades, qué tan cierta pudiera ser aquella alocada pesadilla.

Desde mi llegada, me encontré con algo realmente sobrecogedor: Yucatán y sus misteriosas pirámides. Sus caminos fragmentados, sus selvas enclavadas en un entorno interminable. Un recorrido mágico en el que todo se vuelve sobrenatural en cada paso, nos vamos adentrando como en una máquina del tiempo y parece ser que, por momentos, asistimos a ese ritual extraordinario que significó la construcción de una las pirámides más perfectas en la historia de la Humanidad: Chichén Itzá. Y es que todo lo que rodea a este sitio es místico. No se puede ir a Yucatán con la noción cotidiana de nuestra realidad. Una vez que estamos ahí, conceptos como "ir a trabajar", "ver un partido de fútbol en la tele", "ir al antro con los cuates", parecen ser simples metáforas surrealistas cuando uno choca directamente con esta civilización que tuvo sus instantes de magnificencia y deslumbramiento: Ahí uno tiene que despojarse de todo lo que ha vivido desde chico para dar paso al asombro total.

La pirámide de Kukulcán, para mí, la más perfecta que se haya construido, tiene sus bases matemáticamente bien definidas. Con sólo verla a distancia, ya te dan escalofríos con sólo verla de lejitos, en lo que va aterrizando tu jet privado. La pirámide, que está sostenida por una base cuadrada de 55.5 m. por lado, se construyó en honor a Kukulcán. Es un monumental edificio de nueve cuerpos escalonados y cuatro fachadas ornamentadas con representaciones de serpientes y tigres. Las cuatro escalinatas tienen 91 peldaños cada una, mismos que sumados a la de la entrada del templo superior equivalen a los 365 días del año (¡qué bárbaros!), por lo que algunos expertos piensan que es posible que se haya edificado con el fin de adorar al Sol; como ornamentación posee 260 cuadrángulos que representa el número de días que contiene el -Tzolkín- maya. Al pie de cada una de las balaustras se encuentra una colosal cabeza de serpiente emplumada de piedra. La cabeza descansa en el suelo, el cuerpo erguido para formar el fuste y la cola de cascabel doblada para sostener el dintel. No hay misterio en ello, es el resultado de la mezcla armoniosa de la arquitectura masiva de los Toltecas y el diseño refinado de los Mayas. Durante la primavera (21 de marzo) y con el otoño (21 de septiembre), fechas de los equinoccios, cuando la luz del sol proyecta una sombra en la escalinata norte, se produce un efecto visual de una larga serpiente que se arrastra hacia abajo para encontrarse con la enorme cabeza del animal que yace en el suelo... ¡qué miedo! Este efecto visual de la serpiente mide 123 pies. El fenómeno ocurre a las 3:00 p.m. y dura unos diez minutos. Se le ha llamado "el descenso simbólico de Kukulcán" (al tiro con los que se encuentre en su camino).

Aquí es donde uno empieza a sospechar inevitablemente de la increíble capacidad no sólo de abstracción que tuvieron los principales ejecutores de la obra para hacer que convivieran de manera natural el arte y la exactitud científico-matemática. La perfección del conocimiento maya provocó que los itzáes construyeran este edificio con una desviación de 20 grados 30 minutos y 30 segundos con relación al noroeste, lo que permite, en los equinoccios, que coincida con la eclíptica, ángulo de desviación que tiene la Tierra (estamos hablando de que los mayas, sin transbordadores espaciales, sin satélites orbitando el planeta, ya se habían dado cuenta que ¡caminamos de ladito!).

Por si esto fuera poco, en el Castillo de Kukulcán -como también se le conoce a la pirámide de Chichén Itzá- sus cuatro lados están dirigidos a los respectivos puntos cardinales. La construcción de la pirámide ocurrió en el año 800 después de Cristo y duró unos cinco años, para lo cual los arquitectos mayas primero levantaron una pirámide de seis a ocho metros de altura y sobre ella se edificó una segunda, sin pico y de 25 metros, como la conocemos en la actualidad.

Entonces, ¿quién o quiénes la construyeron? Es notorio el ingenio de sus constructores, que levantaron la estructura sin suficientes conocimientos tecnológicos. Su construcción demoró un periodo sorprendentemente corto y habría empleado a 400 personas, cuando mucho, según arqueólogos expertos en el tema. Peter Schmmidt cree que la Pirámide de Kukulcán fue obra de un grupo de arquitectos mayas no identificado, "aunque cabe la posibilidad de que el diseño haya recaído también en una sola persona". Pudo haberse demorado cinco años. En su construcción habrían trabajado, como decía, de 200 a 400 personas. Algunos de ellos probablemente prisioneros de guerra. "Los mayas usaron básicamente dos técnicas para la edificación del Castillo", explica Schmmidt. Los mayas carecían del desarrollo tecnológico alcanzado por otros pueblos, de manera que levantaron sus edificios con técnicas muy rudimentarias. En primer lugar seleccionaban las piedras de canteras con piedras duras, las recortaban con martillos y las cargaban en hombros hasta la zona de la construcción (¡cuántas hernias produjeron esas ocurrencias!), porque no conocían el uso de la rueda, más que para la confección de juguetes. Precisamente por esto, seleccionaban las canteras más cercanas al sitio de la obra. Para subir las piedras a la pirámide, los mayas se auxiliaban de la técnica del plano inclinado, usando poleas, cuñas y palancas. Los mayas no conocieron el cemento, pero usaron en su lugar un poderoso aglutinante. Este consistía en una mezcla de corteza de árboles y cal -que obtenían de quemar piedra caliza- con lo que lograban una sustancia de una dureza increíble. También usaron la pintura. Originalmente, algunos escalones del Castillo estaban pintados de rojo "quemado".

Al Hombre le gusta engañarse a sí mismo cuando empieza a jugar con los sueños: Imagina, alucina, le entra la duda por detrás (con y sin albur)... Los grandes inventos los ha dado el Hombre precisamente porque tuvo algún resquicio de curiosidad en su alma, parecida a una revelación religiosa. Si no, vayan y pregúntenle a Einstein (con su médium favorito) qué preguntas iniciales lo condujeron a descubrir su famosa Teoría de la Relatividad: ¡se van a morir de la risa!

A la pregunta expresa de quién diablos construyó las pirámide de Kukulcán yo respondo con toda la seguridad (esa seguridad que mis propios sentidos apreciaron una vez que estuve allá) y que después de tanto darle vueltas y vueltas a la cabeza, de pensar, incluso, en seres más sofisticados que los que viven en este planeta, no puedo concluir de otra manera este veredicto: fueron los mayas mismos. Yo caminé, la ausculté cientos veces, la contemplé, la probé (está medio saladita), no pude subirme porque no me dejaron, y estoy totalmente de acuerdo, porque luego hay cada loco desquiciado que la maltrata, la mancha, la pinta, la orina, y se va deteriorando con los años. Incluso uno de sus costados se ha derrumbado ya por tales causas. Duré todo el día viéndola, como se le contempla a la novia los primeros días, con total deslumbramiento. Pero tuve que haber ido hasta el otro lado de México para tener la certeza de primera mano, calientita, y para echar a tierra el mito que de pronto nos seduce, producto del cine, los programas pseudo-científicos y revistas de dudosa veracidad: el sobrenatural. He realizado un viaje asombroso y me doy cuenta que, no sólo ya no pertenecemos a la civilización maya, sino que ahora la vemos muy de lejos, como turistas extranjeros de nuestra propia cultura. Ya no vestimos así, ya no hablamos sus dialectos y ya no construimos a su manera, con sus técnicas, devorados, inevitablemente, por el río implacable del capitalismo occidental.

Por lo tanto, ¿qué nos queda? Sólo el asombro: Contemplar lo que un día fuimos y nunca más volveremos a ser.

viernes, 8 de enero de 2010

La Habana, entre el derrumbe y el renacimiento





Después de esta experiencia apasionante de mi estadía en La Habana (hace dos años), he pensado lo siguiente: que los viajes se componen, invariablemente, de dos sustancias: uno, la sabia dulce de lo vivido, mientras lo estás experimentando, y dos, el sabor delicioso cuando llegas a casa y lo asimilas todo. Y es que el viaje no termina cuando el avión, el autobús o el coche te dejan en las puertas de tu ciudad; no, apenas es la mitad de la experiencia completa, pues cuando estás en la soledad de tu habitación, van llegando las vivencias y se van enriqueciendo mientras las vamos recordando; se van haciendo más claras para uno.

Eso es lo que me sucedió tres semanas después de lo que fue un "paseo" impresionante a la inquietante ciudad de La Habana, Cuba. Mágica, derruida, poderosa, incomprensible y a la vez tan tuya... es inevitable pasear por sus calles y no sentirse hipnotizado por sus costumbres, por su gente, por el modo en el que viven y piensan; en el que sobreviven.

Me hospedé en una casa en el centro de La Habana pues no quise tomar un paquete que, por supuesto, hubiera sido sólo un paseo turístico poco interesante; mejor aún, preferí quedarme en un hogar donde pudiera platicar con la gente, escuchar su música, conocer realmente su forma de vida. Así pues, doña Lurdes me recibió con gran gusto en su casa y puedo decir, sin temor a equivocarme, que me atendió como parte de su familia. Hicimos gran amistad pues los cubanos son muy amables. Tuve la buena fortuna que Michel, el compañero sentimental de Lurdes, me llevó a recorrer toda La Habana, de no ser así, pienso, me hubiera perdido de muy buenas cosas con mis caminatas perdidas por el centro. Es cierto, La Habana se va volviendo cada vez más vieja, los autos son de los años 40, 50, y los pocos nuevos coches que existen son Peugeot. Es muy difícil transportarse de un sitio a otro y más si se quiere viajar al interior del país. Así, "las máquinas", que son taxis colectivos (tienes que esperar a que el coche se llene con 6 o 7 personas más), te llevan a lugares como Vedado, Miramar, Marianao, La Luisa, municipios pertenecientes a La Habana. Las "guaguas" son autobuses de doble cabina en los que no se puede ni respirar de lo llenos que van, además del calor insoportable que ahí se vive. También hay triciclos que te llevan a lugares cercanos dentro del mismo centro. De inmediato se siente la seguridad en las calles; pero aquí surge una disyuntiva: por un lado, casi no hay robos, hay pocos hechos violentos por lo mismo, por la extrema seguridad por parte de la policía en las calles; pero de igual manera, este cuerpo policiaco tiene muy vigilados a los cubanos.

Existe una clase de vigilantes del gobierno que se denominan CDR, asignados en cada barrio o cuadra y que son los que se encargan de mantener al tanto a la policía de probables brotes de inconformidad contra el gobierno de Fidel. Su religión es igualmente impresionante: para la mayoría de los países latinoamericanos, en los que es comúnmente aceptada la religión católica, resulta impactante ver los rituales sincréticos a los que está asociada su creencia, primordialmente la santería afrocubana. Para llegar a ser santo se tiene que llevar a cabo una serie de rituales (con sacrificio de animales y limpias) para que la persona encuentre el camino a la iluminación. Las personas que realizan tales ritos pueden llegar a cobrar a los extranjeros hasta $15,000 CUC, de ahí que haya gente que piense que esto de la santería para algunos resulte un atractivo negocio y forma de vida. Afortunadamente, me tocó época de carnaval en el malecón, y según me dijeron, esta festividad tenía ya algunos años sin realizarse. El carnaval es, creo yo, la síntesis del alma fiestera y de vigor puramente cubanos: Ríos de gente por las calles, se vive el exceso, se ríe, se canta y baila al son de las carrozas que pasan por en medio de la avenida.

Hay cervezas por todas partes, comida, diversión. La gente va vestida con sus mejores prendas, pero también hay personas que prefieren quitarse las camisetas porque el calor es infernal. Los habaneros tienen un olor muy particular, debido quizá a la proximidad del mar. Yo terminé impregnándome de su olor, de esa esencia tan característica de la piel de los lugareños, en su mayoría gente mulata. Tanto hombres como mujeres lucen cuerpos bien formados, moldeados así de manera natural. Al término del carnaval, la gente está al borde del exceso y la emoción, y al paso del último carruaje, la multitud se desborda de la pasión, la policía en este momento ya no puede contener a las masas y rompen las vallas de contención. Hay algunos ligeros enfrentamientos pero no pasan a mayores. Después, las calles empiezan a despejarse y todo mundo vuelve a casa, a seguir la fiesta.

La playa más cercana era "Guanabo", así que nos enfilamos mi amigo Michel y yo hacia allá. Una máquina nos llevó por sólo $20 pesos m.n. Si bien es cierto que los turistas debemos usar sólo CUC, tuve la fortuna de pasar como un cubano cualquiera, por el color de mi piel morena y mi semblante propiamente latinoamericano, así que me resultó conveniente cargar también con pesos de moneda nacional. La playa luce repleta, miles de personas congregadas a lo largo de la costa: mujeres espectaculares con trajes de baño. Yo me sumerjo toda la tarde en el agua que está deliciosa, y mi piel se quema, inevitablemente, pues no he cargado con bloqueador solar: ¡de esta manera, parezco más cubano que nunca! Al día siguiente nos dirigimos a Miramar, a visitar a Fidel y Haydee, unos amigos de conocidos míos que vinieron en épocas pasadas. Son dos personas creyentes de la santería. Me hablan acerca de sus costumbres, ella es de un santo y él de otro.

Changó, Yembayá, Ochún, nombres comunes cuando se habla de estas costumbres religiosas. Cada uno exige determinada conducta y obediencia. Algunas personas pertenecientes a algún santo no pueden estar con las de otro. Durante determinado tiempo no pueden meterse a una piscina, no pueden "tirarse" fotos; pero eso sí, son muy efectivos, dice Haydee. Desde la salud, trabajo y hasta el amor. A ella le ha ayudado mucho desde que se hizo santa y asegura tener comprobaciones de tal efectividadHablamos de algunos problemas que existen en Cuba. Fidel (mi amigo, no el dueño de Cuba) no se explica por qué los turistas quedan encantados con la Isla. "Ellos", dice Fidel, "aseguran que cuba es muy bonita, muy linda. Pero lo dicen porque las personas encargadas del turismo llevan a las personas a los lugares más presentables. Pero ya quiero verlos en la Cuba real, la que habitamos nosotros, la Habana Vieja, los alrededores y más allá, casas realmente pobres." Y coincido con su punto de vista.

Me ha tocado ver casas derrumbándose, sin fachadas ostentosas. Gente que no tiene más para vivir con lujos, donde los trabajos apenas dan para vivir, con una paga de $480 pesos moneda nacional. Por eso la gente tiene que buscar medios alternativos para completar, una de ellas, entre muchas otras, la prostitución. Fidel asegura que el gobierno trata mejor al turista que al propio cubano. Hay sitios donde el turista puede entrar y el lugareño no, como en ciertos hoteles; los vigilan mucho, "como si fueran delincuentes", me dice. Como se sabe, ellos no pueden salir de Cuba. A menos que se casen con un extranjero, y hasta hace poco, mediante una carta invitación; pero según me dicen, ésta última ya no les es aceptada, en la mayoría de los casos. "Mucha gente", continua diciendo Fidel, "está inconforme con el socialismo. Pero otra tanta lo apoya porque muchos han sido favorecidos por este sistema de gobierno. Es una red donde algunos pocos les va bien y prefieren que todo siga igual. Fidel Castro hace tiempo que no ha aparecido públicamente y quizá ya hasta esté muerto.

No se sabe qué es lo que va a suceder. Se pueden ver por las calles carteles alusivos a la Revolución Cubana, frases del Ché, de Martí. Pero la realidad es que no sabemos bien a bien qué es lo que va a pasar cuando muera Fidel." Después de esta rica plática regresamos a casa, Michel y yo, ya que por la noche nos espera una fiesta, pues me han enseñado a preparar el mojito cubano, que me ha fascinado, y a preparar también unos tostones, mientras bailamos reguetón, el baile más popular entre los jóvenes cubanos.

He visitado bellos lugares, como Casablanca, donde hay una escultura gigante de Cristo. En mi ciudad, Torreón, tenemos uno muy parecido, y le llamamos Cristo de las Noas. He ido también al panteón Colón, que es uno de los más bellos en el mundo. Llegué ahí mismo en Vedado a la Casa de las Américas, importante centro cultural que exhibía en ese momento cuadros de un concurso realizado en meses pasados, con pinturas provenientes de toda Latinoamérica. Visité también, en Miramar, el Parque Acuático Nacional, que tiene espectáculo de delfines muy sorprendente. Hay importantes museos como el de la Revolución, o el del Aire, que está en La Luisa. Y por supuesto, los lugares obligados a visitar, El Capitolio, la plaza de la Revolución, el memorial José Martí, la Catedral, el Castillo del Morro, para presenciar el cañonazo. El paseo del Prado, una de sus principales avenidas.

Los días se me han ido muy rápido, diez días inolvidables en los que gocé y viví experiencias impactantes, definitivamente algo ha cambiado dentro de mí. Hice grandes amigos y amigas, me enamoré de una cubana, tengo que decirlo, y cómo no, si son tan bellas y agradables en su persona. En fin, es momento de volver a mi país. Ahora que estoy en casa, y que he vuelto a mi trabajo diario, sigo descubriendo nuevos matices de lo que me encontré en La Isla. Acabo de ver una película que es un retrato de lo que es Cuba y su gente, "Miel para Oshún", de Humberto Solás: Tremendamente descarnada al mostrar la vida de los cubanos que se han quedado "dentro", con todas sus carencias pero también con sus increíbles virtudes: la alegría, la generosidad, la solidaridad.

El taxista, uno de los personajes, que puede aparecer exagerado en su composición, es, sin embargo, el que presenta mejor que nadie al cubano de hoy. Y para quien ha estado en La Habana -como yo- y la ha recorrido de punta a punta yendo a casas de familias, a paladares, jamás a un Hotel y ha vivido por "dentro" la bondad y las carencias, ese hombre de pueblo es el habitante simple y sencillo de hoy en Cuba, haciendo lo que pueda por sobrevivir y sacando de inmediato, a flor de piel, toda la ternura y la fuerza del hombre.

Finalmente, al pensar nuevamente en Cuba, se me vienen un montón de preguntas sin respuesta: ¿Cómo puede sobrevivir un pueblo así, entre el derrumbe y el renacimiento? ¿Cómo los cubanos entienden y asumen su realidad? Creo que no hay respuestas claras. Me quedo con lo bueno de Cuba: su gente, su amabilidad, su sentir solidario hacia los demás; con su música, sus mujeres, su alegría y su fiesta. No puedo negarlo, me sentí identificado y pleno (en mi proyección y descubrimiento con mis hermanos cubanos), que en cualquier otro de los países y lugares en los que he estado... ¡Buen viaje y buena suerte!

martes, 5 de enero de 2010

Los sonidos de la tierra viajan al más allá


Mandar un mensaje por teléfono móvil es algo tan natural hoy en día que, nosotros, quitados de la pena, tenemos la certeza de que la persona al otro lado del mundo podrá recibirlo sin mayor dificultad. Lo hacemos porque la tecnología nos lo permite; se ha hecho parte de nuestra vida cotidiana. Pero si quisiéramos trasladar esta realidad de nuestro mundo conocido, el planeta tierra, a dimensiones estelares, nos encontraremos con una serie de dificultades realmente mayores. Para poder comunicarnos con una civilización inteligente en otro rincón del universo hará falta algo más que un celular y una antena de conejo para poder lograrlo.

Un intento descabellado de este tipo, sin embargo, ya se realizó hace tres décadas, allá por 1977 en el gabacho, cuando las sondas espaciales Voyager 1 y Voyager 2 fueron lanzadas a una misión titánica: Llegar a donde ningún otro objeto terrestre pudo hacerlo en el pasado, cruzar nuestro sistema solar para desafanarse del reinado natural del astro que ahora nos gobierna a todos, el Sol. Además de las tareas de reconocimiento que efectuarían sobre Júpiter y Saturno, estas dos naves debían seguir su camino más allá, en una zona denominada “heliopausa”, que es el punto en el que el viento solar se une al medio interestelar procedente de otras estrellas, precisamente ahí donde nuestra “luz mayor”, dicho de manera vulgar, se la pela.

Para sacar provecho de la osada travesía de las Voyager algunos científicos, entre los que se encontraban Carl Sagan (emblemático científico del que hablaré en el siguiente artículo) y Frank Drake decidieron poner a bordo un disco de oro conteniendo un mensaje dirigido a la civilización que eventualmente las encontrase. Estos discos, que recibieron el nombre "Sound of Earth" (“Sonidos de la Tierra”, en español), son discos de gramófono, como los viejos “Long Play”, ya que era la tecnología disponible en la época. El mensaje, sin embargo, si bien le va, tardará unos 74,500 años para alcanzar las proximidades de la estrella más cercana a nuestro sistema solar (¿quién de nosotros estará aquí para presenciar tal acontecimiento histórico?), e incluye una selección de sonidos que pueden oírse en la tierra, como el sonido del viento, las olas, truenos, canto de las ballenas y otros animales. Además, se incluyó un saludo grabado en 55 idiomas diferentes que decía “Hola y saludos a todos”, y un mensaje del entonces Secretario General de las Naciones Unidas. Como dato curioso para los mexicanos, una de las canciones que iba incluidas en la grabación era “El Cascabel", melodía originaria de Veracruz ejecutada por Lorenzo Barcelata y el Mariachi México. Qué orgullo, la verdad, y qué bueno, porque los extraterrestres que escuchen este tema seguramente se pondrán a zapatearle bonito cuando pongan el disco en la quinceañera de alguna hermosa y virginal alienígena.

También se incluyeron a bordo 115 imágenes, más una de calibración, en las que mediante el lenguaje científico se explica la localización del Sistema Solar, cuáles son las unidades de medida que empleamos, datos sobre la tierra, el cuerpo humano y la sociedad en general.
Es de suponer que alguna forma de vida avanzada que se tope con una de las Voyager pueda deducir que el disco no forma parte de la estructura o mecanismos de la nave. Sin embargo, no hay garantías de que sepan construir una máquina con la que puedan reproducir los surcos del disco para transformarlos en sonidos, o interpretar las imágenes. Por ejemplo, una de las fotos en la que aparece una gimnasta (una composición tomada en secuencia superpuesta), podría hacerlos pensar que tenemos varios brazos, piernas y cabezas. De todos modos, y como declaró en su momento el comité científico refiriéndose al disco:

“Su objetivo principal no es el ser descifrado, sino que el hecho de su simple existencia pone de manifiesto la existencia de los humanos, así como sus esfuerzos por contactar a otras especies inteligentes que pudiesen existir fuera del Sistema Solar”.

Lo que pueda ocurrir (o lo que haya ocurrido ya) es algo totalmente impredecible. Es probable que ninguna civilización lo encuentre, sobra decirlo; en tal caso, nuestra nave surcará los océanos estelares pero nunca encontrará una isla de la cual asirse: las olas oscuras del espacio la llevarán cada vez más y más lejos hasta que los artefactos empiecen a fallar. Se estima que el tiempo de vida de las piezas y la manera en que obtiene su energía, a través de generadores eléctricos nucleares, las Voyager seguirán enviando datos al menos hasta el 2030. Lamentablemente, debido a problemas de presupuesto, en la actualidad la misión está controlada por sólo 10 científicos, y podría ser abandonado en un futuro próximo, dejando a las Voyager seguir su camino sin que haya nadie que las escuche en la Tierra.

Pero si de pura casualidad obtuviéramos alguna respuesta, ¿qué resultados podemos esperar de esta experiencia intergaláctica? ¿Qué beneficio práctico obtendríamos los seres humanos al intentar comunicarnos con seres de otros rincones del universo? Los pragmáticos renegarán, seguramente; los religiosos, pondrán en duda la existencia de otros hijos de Dios; los políticos, temerán las consecuencias sociales de tal acontecimiento. Mientras tanto nosotros, los soñadores, esperaremos sentados, tranquilamente, mirando las estrellas, con la fe puesta en aquellas dos viajeras solitarias, pensando que la botella que hemos lanzado al mar del cosmos pronto encontrará destinatario anónimo. Imaginaremos, ilusionados (mientras le damos un sabroso trago a nuestro café), que tarde o temprano “alguien” escuchará nuestro mensaje, pues lo único que en realidad pretende es hacerles saber de que aquí estamos nosotros, los terrícolas, que somos muchos, que también amamos, que también creamos arte, que también soñamos con otros mundos habitados y divertidos.

La verdad, necesitamos un poco de compañía, esa es la razón. No queremos morir solos en esta vasta e inabarcable inmensidad... No sean gachos, hombrecillos verdes: mándenos aunque sea una leve señal de humo. Les prometemos que cuando la recibamos, no les haremos el feo como cuando enviaron compatriotas suyos (como Buda, Jesús, Mozart, Einstein y Lennon) a explorar este punto azul pálido perdido en el más acá.